Fémina Furia

miércoles, noviembre 02, 2005

De la toxicidad del transporte público

Ocho años tenía cuando empecé a viajar en transporte colectivo.
Trepaba a los camiones con mi cara de niña
y la mochila en la espalda, llena de libros.
Las manos no alcanzaban para sostenerme de los tubos.
Tenía que aferrarme a los asientos.
Mi estatura era el torso de un adulto.
Era raro el día en que lograba
evitar ser toqueteada por un hombre.
No entendía qué carajos me obligaba a soportarlo.
Pero nada decía de regreso a casa.
Fueron años de torear disfrazadas erecciones,
de cerrar hasta los poros cuando se me restregaban.
Menos mal que no faltaron soluciones ocurrentes :
cristales, agujas y otras armas caseras que salvaron
a mi cuerpo nuevecito
de seguir siendo la alfombra de tantos desgraciados.
Les piqué hasta la soberbia
con la misma cara de yo no fuí
que ponían cuando mis ojos se llenaban de lágrimas.

Por eso, me compré un coche.
Pero tuve que esperar más de veinte años.













Niñas del mundo (y niños también!): Armas útiles para evitar lo que en México se llama "que te arrimen el camarón". ¡Disponibles en el costurero de tu casa! ¡Úsalas! ¡Son efectivas!